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Crónicas de un Corona-York Viviente ( 4 )

Sergio Reyes II.

‘Curanderos’ de almas.

Gracias a la fuerza de la fe, el suministro oportuno de los medicamentos y el reposo adecuado, los obstáculos y arideces que la epidemia interponía a su paso fueron quedando superados y poco a poco se fue materializando el portentoso milagro de la recuperación de la salud. Con la aparición de señales de mejoría y una notable recuperación del estado de ánimo, quedó claro que los días de penosa postración estaban llegando a su fin.

A partir de entonces, un sentimiento de apacible espera comenzó a tomar cuerpo; Pero no podía confiar demasiado, hasta no contar con el diagnóstico correspondiente de parte de algún facultativo que evaluara mi estado de salud para determinar si en realidad se había verificado un rebase de la enfermedad.

Y así fue. Ni corto ni perezoso, procedí a realizar los contactos de lugar por medio de los enlaces telefónicos recibidos en el servicio de atención del Presbyterian Hospital.

La enorme saturación en el servicio de emergencias motivó que una gran parte de los casos de consulta y consejería médica tuviesen que ser atendidos por la vía telefónica, video-llamadas o el servicio de internet. Al hacer uso de esta plataforma tecnológica, por nueva vez un hada madrina escuchó mis cuitas y requerimientos y con dulce voz cubrió mi espíritu de bálsamo sanador.

A grandes trazos, la doctora me explicó que, en caso de no haber agravamiento de la condición del paciente, dos semanas después de desaparecer los síntomas típicos del Covid-19, la persona se encuentra en condiciones de suspender el aislamiento. A seguidas agregó que se hacía necesario preservar del contagio a los demás familiares con quienes estaba compartiendo techo, por lo que lo más aconsejable sería extender por unos días los niveles de alejamiento, observar las normas de higiene y no salir a la calle a no ser estrictamente necesario.

Una sensación de paz interior cubrió mi espíritu y desde lo más profundo comenzaron a brotar las ansias por agradecer al ser supremo por el milagroso desenlace que se había verificado en mi organismo. Con entrecortadas palabras procedí a repetir las informaciones recibidas de parte de aquella ‘curandera de almas’, tanto a Maritza y demás hermanos, como a los miembros de mi familia y otros seres queridos y relacionados que residen en la República Dominicana, quienes esperaban impacientes tales resultados.

Agotada esta faceta, me sumergí nueva vez en las aguas plácidas de la literatura para redactar un mensaje dedicado a todos cuantos se mantuvieron pendientes de mi condición. Además de la mano prodigiosa del Todopoderoso, las atenciones médicas, los medicamentos, remedios caseros y la fuerte disposición por levantarme del estado de postración, debo reconocer que mi recuperación ha dependido en gran parte de los ruegos, cadenas de oración, mensajes de aliento y hasta de los ‘memes’, chistes y ocurrencias jocosas con que he sido bombardeado en estos días y que contribuyeron a mantener el animo positivo.

Por ende, no podía dejar pasar la oportunidad de hacerle saber a familiares y amigos el profundo agradecimiento que siento hacia ellos, de la mejor manera en que aprendí a hacerlo. Así surgió el texto que lleva por título Gracias!

‘Yo pisaré las calles nuevamente’.

Desde las plantas de los pies y recorriendo todo mi cuerpo empezó a fluir un cosquilleo que me inducia a salir a las calles, a recorrer las amadas plazas y parques de Washington Heights y todo el resto de este solidario territorio del Manhattan de nuestros amores, del que guardamos tan bellos y acrisolados recuerdos. En principio, la mirada de desaprobación de Maritza, juiciosa y preventiva como siempre lo ha sido, no se hizo esperar. A su modo de ver, era preferible no confiarse demasiado y esperar un poco más, hasta que la situación se despejase un poco en el ámbito de la ciudad. Así lo entendí de inmediato y me esmeré en descartar los motivos de mortificación que pudiesen aumentar las angustias que habían estado acicateando en los días precedentes el ánimo de mi solidaria hermana. Las excusas para suspender el encierro se presentarían por si solas, en cualquier momento. Por tanto, no había que desesperarse.

Renacimiento.

Para el suscrito, la mayor prioridad del momento la constituía el vehemente deseo de salir de nuevo a las calles, a trotar por las veredas de los parques que, nuevamente y en silencio se habían cubierto del verde manto de la grama en esta furtiva primavera que nos tronchó el Coronavirus, y para recorrer las avenidas saturadas de tiendas que enloquecen al transeúnte con un sinfín de ofertas.

Las ansias por saludar a entrañables amigos, aun fuese observando las distancias exigidas por la situación imperante, y enterarme de dolorosas ocurrencias que, ciertamente, mi espíritu no estaba en capacidad de asimilar en los días recién transcurridos, acicateaban mi espíritu y me empujaban a violentar el encierro.

La excusa llegó dentro de un sobre sencillo y a la firma de Donald Trump, presidente Constitucional de los Estados Unidos. A media tarde de un día cualquiera hizo su entrada en el buzón la generosa ayuda con que Mr. Trump intenta recuperar sus limitados bonos en la simpatía del electorado que deberá decidir si reelige al que está o pone al candidato Demócrata a enrumbar los destinos de la Unión.

En efecto, el aporte que a manera de subsidio sometió el gobierno para amortiguar los efectos del Impacto Económico en el seno de la población trabajadora y que había sido aprobado en tiempo record por las bancadas del Congreso, estaba circulando desde hacía unos días y, como es natural, yo también esperaba el mío, lleno de disimulada impaciencia.

Con la incuestionable excusa oscilando entre mis dedos índice y pulgar, anuncié a voz en cuello que, al día siguiente, tan pronto se enseñorease el sol en los dominios del universo, tenía en agenda salir, para pisar las calles nuevamente, hacia ese ‘mundo lleno de volcanes’ que una vez predijo Neruda. Y también, ‘hacia la multitud, hacia la vida”. Retóricamente hablando, claro!

Libre, al fin!!

A diferencia de aquel día en que, más que caminar, arrastré los pasos a duras penas para avecindarme a las instalaciones del Columbia Hospital, en esta nueva oportunidad avancé con pisadas firmes, mientras enfocaba la atención en la respuesta de los pulmones al ascender por las intrincadas escalinatas y cuestas que conectan el área de Polo Ground con un sector de Washington Heights conocida como Sugar Hill. Superada esta parte satisfactoriamente, comencé a penetrar por las calles y bloques en donde se ha desenvuelto mi vida y afanes en los últimos veintitrés años.

En los diferentes bloques habitacionales a lo largo del trayecto, la tónica estuvo matizada por las hileras de veladoras e infinidad de luminarias de todo tipo, tamaño y color, alrededor de manojos de flores y algunas imágenes adheridas a la pared, con los nombres de personas fallecidas y desconsoladas frases con las que la gente vierte su devoción y el postrer adiós a los caídos. Esta cruda realidad me hizo recordar que, contrario a una celebración, los residentes de la emblemática ciudad de New York estaban rindiendo sus respetos a un sinnúmero de fallecidos cuya suma ascendente había desbordado, a la fecha, a los caídos en el fatídico septiembre 11.

Con pasos desganados y haciendo esfuerzos para no dejarme dominar por el desaliento, seguí andando hasta quedar plantado enfrente del Medical Center, en donde pude balbucear una profunda plegaria por los caídos, así como por otros tantos, miles, que en estos momentos se encontraban hacinados en el interior de este y otros hospitales, aferrados a la vida y en lucha por la recuperación de la salud, como también lo había estado yo.

El afán del ‘paseo’ desapareció como por encanto y agilizando el paso ejecuté las demás tareas que tenía en mente, así como uno que otro encargo de tipo doméstico. Regresé al hogar tan pronto como pude, para refugiarme en la tranquilidad y la acogedora protección que me brinda la ‘burbuja’ en que se ha constituido mi habitación, y para seguir recibiendo los solícitos servicios y atenciones que me brinda mi adorada hermana, a quien nunca podré recompensarle su inmenso cariño y abnegados servicios.

El mañana todavía es incierto. La llamada ‘curva’ de la epidemia no quiere dar su brazo a torcer, a pesar de que en algunos lugares ha comenzado a disminuir la cantidad de personas fallecidas. Debido al cruel avance de esta enfermedad, la humanidad ha comenzado a asimilar demoledoras lecciones, que hemos de poner en práctica si queremos seguir habitando en el espacio que Dios ha puesto en nuestras manos para disfrute, en santa paz. El mañana es incierto, lo repito; Sin embargo, estoy plenamente seguro de que el Todopoderoso tiene el asunto bajo su control y El dará la batalla, en nombre de la humanidad.

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